Giancarlo Effio, ex orientador estudiantil, actual coordinador de divulgación de la oficina de relaciones internacionales en la USMA, nos comparte un artículo que escribió hace algunos años sobre la importancia de asistir a los congresos, en especial los organizados por la Asociación de Estudiantes de Psicología.
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Hace algunas semanas, al final de una demandante jornada laboral, se
encontraban mis pies en la ruta usual que trazan hacia el estacionamiento de la
USMA cuando, en el camino, mis ojos tropezaron con un afiche (monocromático
vale recalcar) de letras formales, datos precisos, pero propósito incierto: “Depresión:
Amenaza para la Salud Mental”. Congreso organizado por la asociación de
estudiantes de psicología. Costo único, 45.00 dólares. “Algo exagerado el
precio para ser de casa, de repente consigo un descuento” – pensé (lo cual no
ocurrió, pero de esto comentaré más adelante)”.
Con algo de curiosidad y confusión, decidí investigar mas a fondo de que
trataba este congreso y quienes iban a exponer (en otras palabras, si los 45.00
dólares eran una inversión, o una donación). “Serán expositores de casa”, me
comentaba una colega, “profesores de maestría” me comentó una amistad. “¿Y tú,
vas?” fue el saludo de mi pregunta, a la cual prolongados silencios, cambios de
tema, o rotundos “45.00 dólares para un congreso de la asociación? NO” fueron
las despedidas de las respuestas.
Empero, un pequeño cosquilleo ya rondaba en la base de mi psique.
Resistencias, hubieron muchas, tanto concretas como subjetivas (tenía que
trabajar, no sabía si me darían permiso en la oficina, dudaba de la calidad de
las ponencias, etc.). Pero al final, el inconsciente es más sabio (o mas
arrepinchoso) y decidí ir. No iría a todo, pero un pequeño algo bastaba.
Después de todo, con esto apoyaba una buena causa.
Impresionante y grata fue la sorpresa que me lleve con las tres
ponencias que alcance a escuchar y acomodar a mi horario laboral. Y para mi más
grato sacrificio, todas fueron un éxito.
Muchos se preguntaran cual es el fin de este escrito, y por qué hace incapie en el congreso de la
Asociación de Estudiantes de Psicología. Como psicólogos, siempre se nos ha
inculcado que debemos invertir toda nuestra catexia en la lectura, la escucha,
el aprendizaje: poner a nuestra masa encefálica en un entrenamiento de
fisiculturismo cerebral. “Experimenten chicos, vivan todo lo que puedan vivir”,
le escuche alguna vez a una profesora de la licenciatura; “toda experiencia es
válida”, le escucharon muchos otros a John Bowlby, “nuestra meta debe ser convertirnos
en sabios” alguna vez dijo Aristóteles
tratando de conquistar a alguna
bella damisela. Pero, por alguna razón, evitamos la oportunidad que nos brindan
estos espacios de intercambio de ideas. Es mi más solemne creencia que, sin
negar la realidad económica y personal de cada cuál, los psicólogos somos muy
resistentes a asistir a actividades de “ágora” como decían los griegos.
Invertimos en muchos otros aspectos que compensan nuestra formación académica y
filosófica, pero pasamos por alto uno de los hitos fundamentales del desarrollo
de nuestra profesión: los congresos. Si no fueran por las numerosas
exposiciones que tuvieron los psicoanalistas, las largas veladas que pasaron
los sistémicos en distintos hogares antes de conformar el solido grupo de Palo
Alto, el aprendizaje compartido que se ha propagado a lo largo de Sur América
con los “Ateneos”, la apertura a otro tipo de información que se promueve en
las docencias hospitalarias (ej. INSAM); nuestro conocimiento permanecería
estático, monótono, y desactualizado.
Mi orientación personal es el psicoanálisis (todavía no se si Jungiano, Relaciones Objetales,
Sur Americano, Mentalización, si de niños o de adultos, si de diván o de
psicoterapia), y en este mismo escalón se encuentran muchos en nuestra
profesión, con sus respectivos estilos de cocina, y sus propios aderezos. Pero
antes de ser de un paradigma, somos psicólogos, y antes de ese título, tenemos
un doctorado en ser humanos. Tenemos aptitudes y actitudes diferentes,
manejamos herramientas y metodologías distintas. Estas diferencias individuales
nos han permitido surgir como seres únicos y especiales, con distintos talentos
que brindar. Pero hemos estado cosechando estos talentos de forma aislada y
hermética, poniendo un gran obstáculo a nuestra superación y crecimiento.
Muchas corrientes e ideas importantes e innovadoras en la psicología han salido
del “apareamiento” osado e inteligente de nuestra teoría con otros campos del
intelecto humano (con la física y la resiliencia, la cibernética con la
analogía de los sistemas familiares, ó la religión y la espiritualidad con la
logoterapia), todos logrando ese matrimonio genial que a traído al mundo un kínder garden de símbolos y definiciones
que estructuran a un mundo con más identidad, y proporcionalmente, con más
deseos de cambio.
Este congreso trató de un tema del cuál no conozco más que mi
experiencia de adolescente, lo reflejado en novelas, manifestaciones
histriónicas en la literatura, o terror y estigmatización de los medios sociales.
Pero al permitirme la oportunidad de escuchar a un colega, sin importar la
frecuencia con la cual lo(a) vea ó lo relacionado que este mi trabajo con el
suyo, he podido rescatar fragmentos e ideas que sé me acompañaran por el resto
de mi vida profesional. Por ejemplo, nunca he indagado en el tema de bullying, y creo que desconozco muchas
de sus consecuencias en la salud emocional de un individuo. Pero gracias a la
Dra. Lebrija, ahora sé que tan nefasto puede ser esta conducta, hasta donde puede
escalar la agresión, que tan común es, como se desarrolla. Y tras todo esto, me
llevo en mi canasta de cumpleaños la siguiente frase: “el no aceptar las
diferencias es una agresividad. Obliga al otro a cambiar”. Desde el proceso de
aprendizaje de la violencia hasta impactantes videos de sus secuelas, ya no soy
tan ajeno a este comportamiento social.
Todos hemos vivido nuestra propia versión de “El amor en los tiempos de
cólera” en nuestro momento, y todos, según aprendí alguna vez en una ponencia
presentada en un congreso de SOPAPSI, en algún instante nos ha cruzado por la
mente la idea de despedirnos de todo, y confiar en que hay un “más allá”. De la
depresión solo conocemos los colores negros, las lágrimas, los emos, y las canciones de Alejandro Sanz.
Pero en el segundo día, la ponencia del Dr. Garrido me enseño que la depresión
si bien es un “demonio bien conocido pero mal comprendido”, también es una
oportunidad de crecer, superarse, fortalecerse, y que, con un abordaje
profesional adecuado (entender que un psiquiatra no es piñatero y que un
psicólogo no es Paulo Cohelo), se puede sobrellevar. Conocemos el espectáculo y
lo amarillo de aquel dolor, pero hay mucho más que tristeza en la mirada de una
persona deprimida.
Por último, con mucho aprecio, me remonto a las épocas de cómicas y
dibujos animados, y a aquella fascinación que ahora se, trasciende al
“inocente” mundo infantil. Desde los hermanos Grimm, hasta Disney, de las
palabras de Mariana Plata aprendí que tal vez había algo mucho más profundo y
simbólico en aquellas proezas de Aladino, o la seductora ingenuidad histérica
de La Caperucita Roja. Tal vez en “aquel lugar muy lejano”, ó en “el reino de
nunca jamás”, no había terapia, mucho menos diván, pero cada uno con su camino
emprendió una aventura análoga al viaje que es el comentarle al señor del
cigarro, los complejos, y los 25 tomos de locura (según los victorianos), que
pasaba con su vida, sus deseos y sus fantasías.
Los asistentes a este congreso aprendimos muchas cosas, y muchas distintas.
Algunos se llevaron más, otros menos, y unos cuantos (me gustaría creer que no
tantos), algo más que una conversación en blackberry.
Yo me lleve un cumulo nuevo de ideas, dudas, preguntas y curiosidades. Conocí a
otras personas que, como yo, también formulan ideas, también tienen algo que
decir, también quieren escuchar toda esa riqueza que existe en el inconsciente
colectivo. Somos un gremio que escuchamos lo que ha pasado, respetamos a
nuestros muertos, y tememos a nuestros fantasmas. Pero así como honramos a
nuestros padres y madres, debemos empezar a honrar a lo que hemos introyectado
de su sabiduría, y tomar las medidas para no dejar morir aquella dinastía de
crecimiento y superación. Como alguna vez entre cervezas y salchichas Gabriel
García Márquez tuvo la dicha de recibir una cátedra de jazz por Julio Cortázar,
lo cual dejó una impresión eterna sobre la memoria de Márquez, estos pequeños
momentos que nos proporcionan un congreso, un conversatorio, un cine foro, una
reunión de pasillo, o una conversación de cafetería, todos son campos de guerra
potenciales, esperando solo la chispa adecuada, para desenfundar toda aquella
pólvora que nos han dejado los libros, las mil y una tácticas que nos imprimen
las clases, y esa irrepetible melodía que nos deja en el alma el sentir de un
encuentro de inconscientes. Encuentros que nos recuerdan que nuestra pasión se
encuentra en la palabra compartida, la idea cuestionada, ó en el aporte de
todos al brillo que despide la lupa con la que leemos, escuchamos y curamos a
ese maravilloso abstracto que llamamos “persona”.