domingo, 12 de mayo de 2013

"¿45 dólares por un congreso?" por Giancarlo Effio

Giancarlo Effio, ex orientador estudiantil, actual coordinador de divulgación de la oficina de relaciones internacionales en la USMA, nos comparte un artículo que escribió hace algunos años sobre la importancia de asistir a los congresos, en especial los organizados por la Asociación de Estudiantes de Psicología.

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     Hace algunas semanas, al final de una demandante jornada laboral, se encontraban mis pies en la ruta usual que trazan hacia el estacionamiento de la USMA cuando, en el camino, mis ojos tropezaron con un afiche (monocromático vale recalcar) de letras formales, datos precisos, pero propósito incierto: “Depresión: Amenaza para la Salud Mental”. Congreso organizado por la asociación de estudiantes de psicología. Costo único, 45.00 dólares. “Algo exagerado el precio para ser de casa, de repente consigo un descuento” – pensé (lo cual no ocurrió, pero de esto comentaré más adelante)”.

     Con algo de curiosidad y confusión, decidí investigar mas a fondo de que trataba este congreso y quienes iban a exponer (en otras palabras, si los 45.00 dólares eran una inversión, o una donación). “Serán expositores de casa”, me comentaba una colega, “profesores de maestría” me comentó una amistad. “¿Y tú, vas?” fue el saludo de mi pregunta, a la cual prolongados silencios, cambios de tema, o rotundos “45.00 dólares para un congreso de la asociación? NO” fueron las despedidas de las respuestas.

     Empero, un pequeño cosquilleo ya rondaba en la base de mi psique. Resistencias, hubieron muchas, tanto concretas como subjetivas (tenía que trabajar, no sabía si me darían permiso en la oficina, dudaba de la calidad de las ponencias, etc.). Pero al final, el inconsciente es más sabio (o mas arrepinchoso) y decidí ir. No iría a todo, pero un pequeño algo bastaba. Después de todo, con esto apoyaba una buena causa.

     Impresionante y grata fue la sorpresa que me lleve con las tres ponencias que alcance a escuchar y acomodar a mi horario laboral. Y para mi más grato sacrificio, todas fueron un éxito.

      Muchos se preguntaran cual es el fin de este escrito, y  por qué hace incapie en el congreso de la Asociación de Estudiantes de Psicología. Como psicólogos, siempre se nos ha inculcado que debemos invertir toda nuestra catexia en la lectura, la escucha, el aprendizaje: poner a nuestra masa encefálica en un entrenamiento de fisiculturismo cerebral. “Experimenten chicos, vivan todo lo que puedan vivir”, le escuche alguna vez a una profesora de la licenciatura; “toda experiencia es válida”, le escucharon muchos otros a John Bowlby, “nuestra meta debe ser convertirnos en sabios” alguna vez dijo Aristóteles  tratando de  conquistar a alguna bella damisela. Pero, por alguna razón, evitamos la oportunidad que nos brindan estos espacios de intercambio de ideas. Es mi más solemne creencia que, sin negar la realidad económica y personal de cada cuál, los psicólogos somos muy resistentes a asistir a actividades de “ágora” como decían los griegos. Invertimos en muchos otros aspectos que compensan nuestra formación académica y filosófica, pero pasamos por alto uno de los hitos fundamentales del desarrollo de nuestra profesión: los congresos. Si no fueran por las numerosas exposiciones que tuvieron los psicoanalistas, las largas veladas que pasaron los sistémicos en distintos hogares antes de conformar el solido grupo de Palo Alto, el aprendizaje compartido que se ha propagado a lo largo de Sur América con los “Ateneos”, la apertura a otro tipo de información que se promueve en las docencias hospitalarias (ej. INSAM); nuestro conocimiento permanecería estático, monótono, y desactualizado.

     Mi orientación personal es el psicoanálisis  (todavía no se si Jungiano, Relaciones Objetales, Sur Americano, Mentalización, si de niños o de adultos, si de diván o de psicoterapia), y en este mismo escalón se encuentran muchos en nuestra profesión, con sus respectivos estilos de cocina, y sus propios aderezos. Pero antes de ser de un paradigma, somos psicólogos, y antes de ese título, tenemos un doctorado en ser humanos. Tenemos aptitudes y actitudes diferentes, manejamos herramientas y metodologías distintas. Estas diferencias individuales nos han permitido surgir como seres únicos y especiales, con distintos talentos que brindar. Pero hemos estado cosechando estos talentos de forma aislada y hermética, poniendo un gran obstáculo a nuestra superación y crecimiento. Muchas corrientes e ideas importantes e innovadoras en la psicología han salido del “apareamiento” osado e inteligente de nuestra teoría con otros campos del intelecto humano (con la física y la resiliencia, la cibernética con la analogía de los sistemas familiares, ó la religión y la espiritualidad con la logoterapia), todos logrando ese matrimonio genial que a traído al mundo un kínder garden de símbolos y definiciones que estructuran a un mundo con más identidad, y proporcionalmente, con más deseos de cambio.

     Este congreso trató de un tema del cuál no conozco más que mi experiencia de adolescente, lo reflejado en novelas, manifestaciones histriónicas en la literatura, o terror y estigmatización de los medios sociales. Pero al permitirme la oportunidad de escuchar a un colega, sin importar la frecuencia con la cual lo(a) vea ó lo relacionado que este mi trabajo con el suyo, he podido rescatar fragmentos e ideas que sé me acompañaran por el resto de mi vida profesional. Por ejemplo, nunca he indagado en el tema de bullying, y creo que desconozco muchas de sus consecuencias en la salud emocional de un individuo. Pero gracias a la Dra. Lebrija, ahora sé que tan nefasto puede ser esta conducta, hasta donde puede escalar la agresión, que tan común es, como se desarrolla. Y tras todo esto, me llevo en mi canasta de cumpleaños la siguiente frase: “el no aceptar las diferencias es una agresividad. Obliga al otro a cambiar”. Desde el proceso de aprendizaje de la violencia hasta impactantes videos de sus secuelas, ya no soy tan ajeno a este comportamiento social.

     Todos hemos vivido nuestra propia versión de “El amor en los tiempos de cólera” en nuestro momento, y todos, según aprendí alguna vez en una ponencia presentada en un congreso de SOPAPSI, en algún instante nos ha cruzado por la mente la idea de despedirnos de todo, y confiar en que hay un “más allá”. De la depresión solo conocemos los colores negros, las lágrimas, los emos, y las canciones de Alejandro Sanz. Pero en el segundo día, la ponencia del Dr. Garrido me enseño que la depresión si bien es un “demonio bien conocido pero mal comprendido”, también es una oportunidad de crecer, superarse, fortalecerse, y que, con un abordaje profesional adecuado (entender que un psiquiatra no es piñatero y que un psicólogo no es Paulo Cohelo), se puede sobrellevar. Conocemos el espectáculo y lo amarillo de aquel dolor, pero hay mucho más que tristeza en la mirada de una persona deprimida.

     Por último, con mucho aprecio, me remonto a las épocas de cómicas y dibujos animados, y a aquella fascinación que ahora se, trasciende al “inocente” mundo infantil. Desde los hermanos Grimm, hasta Disney, de las palabras de Mariana Plata aprendí que tal vez había algo mucho más profundo y simbólico en aquellas proezas de Aladino, o la seductora ingenuidad histérica de La Caperucita Roja. Tal vez en “aquel lugar muy lejano”, ó en “el reino de nunca jamás”, no había terapia, mucho menos diván, pero cada uno con su camino emprendió una aventura análoga al viaje que es el comentarle al señor del cigarro, los complejos, y los 25 tomos de locura (según los victorianos), que pasaba con su vida, sus deseos y sus fantasías.

     Los asistentes a este congreso aprendimos muchas cosas, y muchas distintas. Algunos se llevaron más, otros menos, y unos cuantos (me gustaría creer que no tantos), algo más que una conversación en blackberry. Yo me lleve un cumulo nuevo de ideas, dudas, preguntas y curiosidades. Conocí a otras personas que, como yo, también formulan ideas, también tienen algo que decir, también quieren escuchar toda esa riqueza que existe en el inconsciente colectivo. Somos un gremio que escuchamos lo que ha pasado, respetamos a nuestros muertos, y tememos a nuestros fantasmas. Pero así como honramos a nuestros padres y madres, debemos empezar a honrar a lo que hemos introyectado de su sabiduría, y tomar las medidas para no dejar morir aquella dinastía de crecimiento y superación. Como alguna vez entre cervezas y salchichas Gabriel García Márquez tuvo la dicha de recibir una cátedra de jazz por Julio Cortázar, lo cual dejó una impresión eterna sobre la memoria de Márquez, estos pequeños momentos que nos proporcionan un congreso, un conversatorio, un cine foro, una reunión de pasillo, o una conversación de cafetería, todos son campos de guerra potenciales, esperando solo la chispa adecuada, para desenfundar toda aquella pólvora que nos han dejado los libros, las mil y una tácticas que nos imprimen las clases, y esa irrepetible melodía que nos deja en el alma el sentir de un encuentro de inconscientes. Encuentros que nos recuerdan que nuestra pasión se encuentra en la palabra compartida, la idea cuestionada, ó en el aporte de todos al brillo que despide la lupa con la que leemos, escuchamos y curamos a ese maravilloso abstracto que llamamos “persona”.